Sentar cabeza. La raza blanca la raza negra la raza roja la raza Enrique Molina. |
jueves, 18 de marzo de 2010
La Sección (agri)Cultural.
Métodos de ligue.
Nunca con una menor.
Un nuevo relato del Dr. Bauer. Es una parida que tomó su tiempo, aunque ciertamente fue escrito en intermitencias. Ya sé que tiene unas costuras espantosas, pero espero lo hallen disfrutable.
Nunca en mi vida me acosté con una menor, ni siquiera cuando yo mismo lo era. Quizá sea por eso que las mujeres de apariencia juvenil —casi impúbermente juvenil— siempre ejercieron sobre mí una fascinación irrefrenable.
No se piense que con las mayores tuve un éxito reseñable, pero tampoco es que esto me afectara demasiado: nunca fueron sino tristes premios de consolación.
La práctica totalidad de mi vida profesional ha estado dedicada al ejercicio del magisterio. Pese a lo que podrían creer, esto no hizo de mí un hombre en perpetua precariedad financiera. Por el contrario, dos otres golpes de fortuna y la continua sobrestimación de mis aptitudes por parte de mis superiores, me dieron una existencia holgada.
En este punto es donde las cosas se ponen prístinamente freudianas. Voy a hablarles de mi padre. Él pasó los últimos cuarenta años de su vida sobre una cátedra, cumpliendo cabalmente con la imagen que se están haciendo de un profesor de bachillerato. Dependía de los demás, como los demás dependían de él: la solidaridad de los pobres. En setenta años, estrenó tres automóviles. A cambio, tuvo un éxito imperecedero con las mujeres. No sólo con sus alumnas. Era guapo. De lo único que no logró convencerlas fue de casarse con él.
Esta decisión, que al principio me dotó de loft y auto alemán, tuvo una consecuencia insospechada: un brutal superyó me prohibió terminantemente acostarme con mis alumnas, aun si ellas lo buscaban. Y así mi vida se convirtió en un calvario de impotencia selectiva, teniendo a mano todo lo que pudiera desear, pero impedido a tomarlo.
Viví el desdibujamiento de todo cuanto había construido, los bordes de mi ego se tornaron borrosos. El auto ya no era símbolo de status, la casa —pues, obviamente, me había mudado a un barrio residencial— ya no reflejaba la muerte de mi padre. Un día miré hacia mi vaso y no entendí el significado de un etiqueta verde. Estaba perdido. Empezaba a darme cuenta —tarde, muy tarde— de que quizá la autarquía no sería sostenible. Volví a salir. Hablaba con la gente, aún si no tenía posdoctorado. Asistí a las fiestas de mis colegas.