domingo, 1 de noviembre de 2009

Historias del metro I.

Estación Tlatelolco. Miércoles X de junio de 2009. Sentados en el piso del andén. No, no bajo el reloj, porque eso sí sería un cliché excesivo. Tú borracha, yo a punto. Un termo morado lleno de ginebra entre los dos. Más bien, volando de tu mano a la mía y de vuelta. Nos besamos ¿ espontáneamente? No es la primera vez, pero ha sido una velada deliciosa. De pronto, me metes en tus ojos y preguntas si te he seguido hasta ahí sólo por sexo. Soy el primer sorprendido al oír que de mi boca se escapa --cliché, pero no hay otra forma de decirlo-- un rotundo, casi instintivo no. Claro que estaba ahí por mucho más que el sexo, pero hasta ese momento ignoraba lo mucho que estaba involucrado en ti. Quisiera poder describirte tu cara al oírme. No lo creo, pero afirmas que existió el pelmazo que vaciló al responderte. Será que nunca se sentó contigo en un andén, ni tuvo tus labios cantando tan cerca de sus oídos que se sintiera indecente de estar en público...
Me tomas las manos. ¿Me tomas las manos? No sé, quizá sólo me besas. Pero después me invitas al desastre. Salimos del metro. ¿Qué podemos hacer, si se ha acabado la ginebra? No lo creo, pero hubo el pelmazo que te perdió esa noche.

Para A... por, puta madre, quien la haya besado sabrá por qué.

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