Antes de que sigas coqueteandome con ese descaro, con ese aplomo que sólo tu sensualidad permite ejecutar impunemente; déjame advertirte que soy el hombre más cursi que conozcas. Antes de volver a sonreirme mientras acaricias mi barriga, piensa si estás dispuesta a oir poemas a las cuatro de la mañana, a encontrar tu cuerpo expuesto en octasílabos, si puedes soportar a un hombre que llora mientras lee un cuento de McEwan ¿No? Entonces te ruego que dejes de provocarme, que desistas de comprarme así. Porque tu cadera será más ancha que el universo, pero no lo es tanto como para contener mi ímpetu.
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