domingo, 27 de septiembre de 2009
Lo que le dije al conde.
La sección cultural, para que no piensen que esto es sólo de pedos y tetas.
"Más que palabras"
Bimbo*
Primero fue el verbo ("disparar"), luego el sujeto ("yo"), después el complemento circunstancial ("con la pistola"), y más tarde el adverbio de lugar ("en la cabeza"). Por fin, como si fuera un puzzle, reconstruyó la frase. ¿Los motivos? Gramaticales.
*Sí, así se seudonimia el autor, no es mi culpa. En su defensa, diré que es alemán y que probablemente nunca en su vida ha oído nombrar a Lorenzo Servitje.
sábado, 26 de septiembre de 2009
Historia de Alondra.
Hace mucho tiempo, en esta misma galaxia, tenía yo un amigo con el que de vez en cuando nos dábamos el placer de escribir a cuatro manos. En una ocasión escribimos algo bastante parecido a un cuento, pero que muy poca gente llegó a ver, ya que en aquel relato echábamos mierda hacia una parte considerable de nuestras amistades de aquel entonces. Pues nada, que uno de los protagonistas de la historia se llamaba Alondra. Aquí, su historia.
Te amé sin jamás poder tener nada contigo, qué ridículo. Y me pasé contigo, contigo --sin darme cuenta, por supuesto, ya que estaba muy ocupado preparando los tonics y abofeteando a las mujeres de mi vida-- los momentos más fabulosos que pueda recordar.
Como aquellas vacaciones en que acababa de asumir el presidente más fascista que hemos tenido. ¿Te acuerdas? Estábamos todos tan frikeados con los retenes que hasta tú estuviste de acuerdo en que lo más sensato era llevar el coche limpio. Pero ya en la selva nos molías 24 horas diarias por no conseguirte lo que necesitabas.
Lo mejor fue cuando decidimos darle cinco minutos a occidente en un café internet, adonde fuimos a enterarnos que te habían aprobado la beca y caíste en la cuenta de que debías partir en septiembre. El resto de la semana fue un chistesote. Te nos ibas a terminar tu highschool en California y tenías que pasar todos aquellos antidoping... Puta, que desmadre. Tres meses dándote cinco litros de agua al día y presionándote a coger como loca para sudar todo todo aquello; y ni así se me hizo.
Pero te nos --te me-- fuiste y aquel ecosistema que giraba en torno a tus caderas se desvaneció para siempre. Pese a que todos suponíamos querernos tanto, no nos vimos durante todo un año, hasta que llegaste al springbreak. Como nací en Bolivia, nunca pude obtener una visa y tuve que conformarme con verte cada año, o algo así, entre aquellos yuppies y hippiechics que conformaban tu entorno. Rara avis siempre fui. Las periodizaciones dilusivas nos fueron separando año a año a año a año.
Ahora tu nombre se me ha borrado y de cómo nos conocimos sólo recuerdo cierta sonrisa irreproducible (chíngate, Walter) que me hizo conocer una lubricidad que se parecía increíblemente al deseo; y un llanto sincopado en medio de una cancha de fútbol con más pretensiones que metros cuadrados. Alguien te dijo puta sólo por llevar las bragas más alucinantes de la secundaria (y mostrarlas en corro), y tus hermanos secundaron la broma antes que defenderte. Los hubiera matado a todos, pero justamente a mí fue a quien decidiste negarle el derecho a verte los muslos, así que el rencor se impuso al sentido del deber. Años pasarían sin vernos, hasta que la noticia de que un amigo común era seropositivo --pinche joto tan entrañable-- terminó por imponernos la amistad. Nuestro amigo se murió, pero mi deseo de ti fermentó, se agrió, y acabé por tener que tirarlo. Y aquí estamos…
Interacción.
lunes, 21 de septiembre de 2009
Aviso.
Segunda carta abierta a una mujer que no me cree cuando digo que la amo.
Si este mismo talento que mostramos para mandarnos al carajo, para tasajearnos el cuerpo y derrochar herencias en vermouth, lo usáramos en exprimirnos los poros y, quizá, terminar la carrera, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué pasaría, mi pequeña perversión ojos-de-pronto?
Si esta energía que empleo en golpearte la pusiera al servicio de tus pezones, y la pluma con la que me caricaturizas describiera la humedad que se desliza por tus muslos cuando te miro sin abalanzarme torpemente; ¿seríamos, entonces, felices?
No, no seríamos felices. Pero viviríamos la más formidable, la más envidiable de las desdichas, porque entonces tus uñas serían uno con mi espalda y mi impertinencia se fundiría entre tu cuello y tu tímpano.
Y quizá pasaría que un día habríamos visto juntos tantos atardeceres que pudieran parecernos demasiados. Y latiría cada día entre nosotros la tentación de pensarnos individualmente. Y la tentación sería sísifaicamente derrotada cada noche.
Para A..., por todo.
Del Laboratorio Lingüístico de la Dra. Alma Marcela Silva de Alegria*.
Para todos aquellos que se sienten incómodos con el uso de galicismos y buscan erradicar tendencias extranjerizantes de nuestra cotidianeidad cultural, comunicamos con satisfacción que hemos descubierto una manera no sólo sencillísima, sino además perfectamente castiza, de denominar ese elemento arquitectónico que los amanerados llaman mezzanine: entrepiso. De nada.
*Gracias a J... por el dato.
Besémonos ahora, mientras discuten la reforma fiscal. Que cuando el amor pague impuestos tendremos que dejar de hacernos los enamorados y al pobre Febrero le quitarán otro día.
Anda, amémonos por los pasillos de esta universidad, seamos los últimos que hagan el amor en ella antes de la privatización. Pasemos a la historia como los amantes insaciables que, en Las Islas o dentro de una bodeguita de servicio, no se enteraron de la segunda venida de la Modernización.
Si, a la fuerza, nos sacan indignados de la biblioteca mientras fornicamos entre los estantes, aprovechemos que el transporte es barato aún y podemos viajar de tu cama a la mía.
Tarde o temprano, acabarán desalojándonos de este país que tenemos en alquiler. Dicen por ahí que quedan todavía algunos barriles de petróleo. Prendámosles fuego y huyamos tras la agónica cortina de humo patrio.
Matémonos románticamente en ese melancólico agujero entre el 13 y el 15 de febrero.
Para S..., quien me enseñó la diferencia entre tener una vagina y ser Mujer.
domingo, 6 de septiembre de 2009
31 de marzo
Ha terminado el mes
y el hijo sin venir
y mi hermano sin volver.
Ha terminado el mes y no te amé las piernas
y no escribí ese poema del otoño en Ontario
y pienso pienso pienso
se fue otro mes
y no hicimos la revolución todavía.
Juan Gelman.