lunes, 21 de septiembre de 2009

Segunda carta abierta a una mujer que no me cree cuando digo que la amo.

Si este mismo talento que mostramos para mandarnos al carajo, para tasajearnos el cuerpo y derrochar herencias en vermouth, lo usáramos en exprimirnos los poros y, quizá, terminar la carrera, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué pasaría, mi pequeña perversión ojos-de-pronto?

Si esta energía que empleo en golpearte la pusiera al servicio de tus pezones, y la pluma con la que me caricaturizas describiera la humedad que se desliza por tus muslos cuando te miro sin abalanzarme torpemente; ¿seríamos, entonces, felices?

No, no seríamos felices. Pero viviríamos la más formidable, la más envidiable de las desdichas, porque entonces tus uñas serían uno con mi espalda y mi impertinencia se fundiría entre tu cuello y tu tímpano.

Y quizá pasaría que un día habríamos visto juntos tantos atardeceres que pudieran parecernos demasiados. Y latiría cada día entre nosotros la tentación de pensarnos individualmente. Y la tentación sería sísifaicamente derrotada cada noche.


Para A..., por todo.

2 comentarios:

  1. Tal vez esa mujer sienta que le explota una margarita en la cabeza cuando lea eso, o tal vez se sienta apuñalada por un cuchillito de utilería (o de fantasía como dicen en el caso de las joyas). A mí me encanta como escribes Bauer, pero nomás cuando andas sisifaico. Saluditos

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  2. Zaz Bau...
    Ahora tenemos una pelusa en el cogote del tamaño del sol, y una cubeta a punto de caer tambaleándose en el lagrimal.
    Qué cosa tan linda!

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