De la ordinaria administración del placer, de un deseo fríamente calculado, de una noche circunscrita al olvido, de la eyaculación y de lo efímero. De todo esto surgiste, de todo esto viniste. Hasta que decidiste instalarte en los resquicios prohibidos de mi cuarto, ahí donde yo habito, bon vivant y clochard, socialité y ermitaño. Hasta que tomaste por asalto el reverso de mi almohada y llegaste a la conclusión de que mis complejos no me merecían. Y me diste noches enteras en el metro, tomados del brazo de tu impredecible predictibilidad. Oýendote, siéndote. Olvidé en tus brazos el orgasmo y otras perversiones, me rendí al encanto de los besos sin dedos, a la permanencia voluntaria en primera base, a la procrastinación irredenta. Ahora que, por enésima vez, somos honestos y nos mandamos al carajo, no queda sino eyacular lo aprehendido.
sábado, 5 de septiembre de 2009
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Interesante... suele suceder. Saludos Bauer
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